Unos días antes del final de la primera guerra mundial, Francés Griffith, una niña inglesa de once años, escribía a su amiga Johanna, que estaba en Sudáfrica, donde ella misma había vivido, mucho tiempo:

Querida Jo: Espero que estés bien. Ya te escribí una carta pero debe haberse perdido. ¿Juegas con Elsie y Nora Biddles? Ahora en la escuela aprendo francés, geometría, cocina y álgebra.

La semana pasada papá volvió a casa; estaba en Francia desde hacía diez meses. Aquí todo el mundo piensa que la guerra terminará pronto. Vamos a colgar banderas en la ventana de mi cuarto.

Te envío dos fotografías mías. La primera la tomó el tío Arthur: estoy en bañador en el patio, detrás de la casa. La otra, en la que se me ve con las hadas en el arroyo, la tomó Elsie.

Rosebud sigue gordísima. Le he hecho vestidos nuevos. ¿Cómo están Teddy y Dolly?

Ésta no seria más que una carta banal de una colegiala a una amiguita si no contuviera esa alusión, cuanto menos insólita y asombrosa, a la fotografía de las hadas…

Elsie y Frances

Elsie (izq.) y Frances(der.), las dos niñas que fotografiaron hadas en el fondo de su gran jardín.

Como ellas mismas observarían más tarde (¡ahora son abuelas!), las dos niñas en realidad no se sorprendían al ver o fotografiar hadas: éstas formaban parte del mundo de su infancia y les parecía muy natural que habitaran en ese rincón de la campiña inglesa, alrededor del arroyo que corre en el fondo del gran jardín de Cottingley, cerca de Bradford (Yorkshire).

En el dorso de la fotografía Francés garabateó algunas palabras:

Las hadas del arroyo se han hecho amigas de Elsie y de mi. Es raro que nunca las haya visto en África. Allá debe de hacer demasiado calor para ellas…

La historia de esta foto, que llegó a ser popular, hizo correr ríos de tinta. Sin embargo, el fondo es más bien anodino: una tarde de julio de 1918, Elsie y su prima Francés pidieron prestada la cámara fotográfica del padre de Elsie, una Midg de placas. Querían tomar unas fotos para enviarlas a una de sus primas. La jornada transcurrió sin incidentes, salvo la imprudencia de Francés que se cayó en el arroyo y se mojó la ropa.

Por la noche el señor Arthur Wright, padre de Elsie, se entretuvo revelando la placa. Se sorprendió mucho cuando vio aparecer unas curiosas formas blancas en el clisé. Elsie afirmó que eran «hadas». Él se rió y pensó en pájaros o en papeles llevados por el viento.

Durante el mes de agosto fue Francés -quien manejó la cámara: tomó una fotografía de su prima a la orilla del arroyo en la que aparece un duende. Como era previsible en una foto tomada por una niña de once años, la foto es borrosa y está subexpuesta. El padre de las niñas reveló una vez más la placa y vio con asombro que volvían a aparecer las formas blancuzcas. Persuadido de que las niñas querían burlarse de él, les prohibió volver a usar la cámara.

Pero Arthur Wright y su esposa, Polly, estaban intrigados: revisaban la habitación de Elsie. y Francés buscando rastros de recortes de libros de cuentos. Recorrían también las orillas del arroyo, tras las pruebas de la presunta maquinación, pero no encontraron nada.

Cuando se les preguntó acerca de los detalles de su historia, Elsie y Francés la mantuvieron totalmente: vieron unas hadas y las fotografiaron. ¿Existe algo más normal para unas niñas? Durante algún tiempo, los miembros de la familia admiraron las fotografías y las enseñaron a sus amigos. Todo el mundo se maravillaba, pero finalmente olvidaba el asunto de las hadas.

El verano siguiente, Polly Wright asistió a una reunión de la Sociedad de Teosofía de Bradford. Le interesaba mucho el ocultismo, así como los diferentes tipos de ectoplasmas. Aquella noche el tema de discusión era «la vida de las hadas». Durante la velada, Polly Wright contó a algunas personas que su hija y su sobrina habían fotografiado unas criaturas muy curiosas, y pronto se propagó la noticia. En el Congreso de teósofos que se celebró poco después, dos copias de las fotos de «hadas» circularon ya entre los miembros de aquella sociedad esotérica, y llegaron a manos de Edward Gardner, el más conocido de los representantes del movimiento teosófico, quien a su vez las entregó a la prensa. Gardner era una persona un poco maniática y muy puntillosa. Las copias reveladas por Arthur Wright no le parecieron satisfactorias. Encargó a Fred Barlow, fotógrafo experto, nuevos negativos de los originales, «más claros y limpios».

Fue entonces cuando empezó, en realidad, el asunto de las hadas de Cottingley. Cuesta creerlo: el mundo acababa de salir de una guerra mundial y se discutía sobre fotos de hadas. ¡Era asombroso!

Parece que nadie se planteó, en un primer momento, pregunta alguna acerca del tiempo de exposición de las fotos, el contorno de las siluetas de las hadas, los peinados que lucían -tan conformes al gusto de la época- o su indumentaria. No; la única preocupación del teósofo era obtener copias claras.

Al mismo tiempo, sir Arthur Conan Doyle, el padre de Sherlock Holmes, preparaba un artículo sobre las hadas para el Strand Magazine. Con los años, el escritor se había convertido en un apasionado del espiritismo y de los fenómenos paranormales. Cuando oyó hablar de las fotografías intentó obtenerlas a cualquier precio. Al principio desconfiaba, por lo que mostró las copias a sir Oliver Lodge, uno de los pioneros de las investigaciones psíquicas en Gran Bretaña. Este declaró que los clisés estaban amañados y pensaba que se trataba de «bailarinas vestidas de hadas». Otro especialista en ocultismo hizo observar a Conan Doyle que el peinado de las hadas era demasiado parisino para ser auténtico.

Duende fotografiado

Elsie y un duende, fotografiado en 1918 por Frances.

Lo que actualmente resulta intrigante es el hecho de que todos estos comentarios se hicieron a partir de las copias, no de las placas originales. Todo el mundo estudió las copias realizadas por el experto de Edward Gardner, no las verdaderas placas impresionadas por las dos niñas. Quizá Conan Doyle y Gardner no consideraban importante remitirse al original, y por esta razón no mencionaron esta posibilidad. Pero también les pudo inducir a hacerlo su interés por la propagación de la doctrina teosófica y espiritista.

Se observó que las figuras estaban movidas; éste era un argumento para quienes creían en la autenticidad de las hadas, que habrían estado «vivas» en el momento de la foto. Para Kodak. En cambio, los clisés habían sido retoca dos por un falsificador muy hábil.

Por supuesto, triunfaron los espiritistas y los teósofos: esas hadas y ese duende constituían la prueba de la existencia de los «espíritus de la naturaleza». Edward Gardner desempeñó un papel semejante al del doctor Watson de Conan Doyle: fue a investigar a casa de los Wright y juzgó honesta y respetable a esta familia.

Para cerrar la boca a sus detractores, se planteó la posibilidad de tomar nuevas fotografías. En agosto de 1920 prestó a Francés y a Elsie una nueva cámara y una veintena de placas. Sólo así, aseguraba, se conseguiría probar que las hadas existían.

Mientras tanto, Conan Doyle había entregado su artículo al Strand Magazine, prometiendo ilustrarlo con las fotos de la segunda serie. Tampoco para él había duda posible. Incluso realizó un viaje a Australia para llevar allí la buena nueva espiritista y la del descubrimiento de las hadas.

Cuando apareció el artículo del Strand Magazine, en noviembre, se produjo la avalancha. El número, se agotó en unas horas. El hecho provocó innumerables reacciones; se acusó a Conan Doyle de querer «pervertir el espíritu de los niños con semejantes disparates», e incluso alguien afirmó que «inculcar esas ideas absurdas en los niños provocaría a la larga en ellos trastornos nerviosos y desequilibrios mentales». La opinión se dividió entre la admiración ante lo logrado de los trucos, el escepticismo cortés, la burla sarcástica y la ira. Sólo en los ambientes espiritistas y teosóficos se creía firmemente en la existencia de las hadas.

En 1921 Francés y Elsie comenzaron de nuevo a tomar fotografías de sus amigas, las hadas. Edward Gardner les había prestado dos cámaras y algunas placas, con marcas secretas que impedían cualquier truco o sustitución. Les habían explicado su funcionamiento, impartiéndoles un verdadero cursillo de técnica fotográfica sobre tiempo de exposición y profundidad de campo. Y allí quedaron las dos niñas, acechando a las hadas. Edward Gardner regresó a Londres. Durante unos quince días llovió sin parar, por lo que resultó imposible ir a jugar cerca del arroyo. Después, el tiempo mejoró y hacia el 19 de agosto la caza de hadas volvió a empezar. ¿Qué iban a fotografiar las dos niñas? Las hadas, ¿tendrán el mismo aspecto que en las bonitas ilustraciones de los libros infantiles? Aquella vez, todo el mundo aguardaba con impaciencia.