Volando hacia Elko (Nevada, Estados Unidos) en una misión de rutina para reabastecer en vuelo a bombarderos B47, el 16 de junio de 1960, un avión cisterna KC-97 de las Fuerzas Aéreas americanas encontró una capa de nubes a 5.500 metros de altura.
El piloto observaba el panel de instrumentos cuando se vio sorprendido por una bola luminosa de color blanco amarillento y unos 45 cm de diámetro que atravesaba silenciosamente el parabrisas. Pasó entre los asientos del piloto y del copiloto y recorrió la cabina, después de pasar junto al navegante y al ingeniero.
El piloto ya había sufrido el impacto de un rayo en dos ocasiones anteriores, y supo que la explosión era inminente. Su reacción inmediata de aviador experimentado fue concentrarse en el vuelo, antes de volverse y mirar cómo la bola se dirigía hacia la cola del avión.
Después de unos segundos de angustioso silencio, los cuatro hombres que iban en el compartimiento de vuelo oyeron por el intercomunicador la voz excitada del encargado del abastecimiento, que estaba instalado en la cola del avión. Una bola de fuego había llegado rodando a través del compartimiento de carga, había danzado sobre el ala derecha y había caído sin causar daños.
Este extraño informe se refiere al fenómeno de la bola luminosa, uno de los muchos fenómenos naturales que la ciencia no puede explicar. De hecho, las propiedades de las bolas luminosas son tan difíciles de explicar que, durante años, los hombres de ciencia dudaron de su existencia. Su punto de vista era tajante: si algo no tiene explicación, no existe.
Desgraciadamente, esa actitud es bastante frecuente. La caída de meteoros en la Tierra fue considerada secularmente como una superstición de campesinos ignorantes. Y, por cierto, pese a muchas observaciones bien documentadas de estos cuerpos incandescentes, los escépticos llegaron a estar tan seguros de sus argumentos que valiosos especímenes de meteoritos fueron eliminados de los museos y destruidos, ya que las historias de meteoritos caídos del cielo se tenían por meras supersticiones.
La controversia de las bolas luminosas dividió a la comunidad científica desde principios del siglo XIX, cuando aparecieron los informes completos sobre el tema. En 1890, gran cantidad de globos luminosos parecidos a bolas de fuego aparecieron en un tornado y fueron tema de una reunión de la Academia francesa de Ciencias. Las brillantes esferas entraron en algunas casas por las chimeneas, y al desaparecer dejaron agujeros circulares en las ventanas.
Un miembro de la Academia se puso de pie al finalizar el informe y comentó que las extraordinarias propiedades supuestamente atribuidas a las bolas de fuego no debían tomarse muy en serio, ya que los observadores debían haber sufrido ilusiones ópticas. La acalorada discusión que siguió concluyó en acuerdo: las observaciones hechas por campesinos ignorantes carecían de valor. En ese momento el ex emperador del Brasil, miembro extranjero de la Academia, hizo callar a todos, al comentar que él mismo, con sus propios ojos, había visto bolas luminosas.
Aún hoy, muchos de los informes siguen teniendo una cierta aura medieval de brujería y magia, cosa que no ha ayudado a que los escépticos se interesen por el tema. Las observaciones, sin embargo, se han multiplicado y las pruebas de la existencia de bolas de fuego parecen actualmente irrefutables.
Una observación relatada con mucho detalle corrió a cargo de un químico ruso, M.T. Dmítriev, en 1967. Estaba acampando junto al río Onega, en Rusia occidental, cuando se produjo un intenso relámpago. Apareció una bola de fuego, que quedó suspendida sobre el agua. Consistía en una masa ovalada de luz, con un núcleo blanco-amarillento, rodeado de capas violeta oscuro y azul.
Sin que, aparentemente, le afectara el viento, se mantuvo a una altura de unos 30 cm por encima del agua. Dmítriev la oyó crujir y silbar cuando pasó volando sobre su cabeza, en dirección a la orilla del río, donde quedó inmóvil unos 30 segundos. Dejó una estela de humo acre y azulado mientras pasaba por un bosquecillo. Rebotaba como una bola de billar entre los árboles, emitiendo ráfagas de chispas. Al cabo de un minuto, desapareció.
A partir de éste y de otros informes similares, es posible esbozar las propiedades «típicas» de las bolas luminosas. En general, aparecen en momentos en que caen rayos. Las bolas son generalmente esféricas o en forma de pera, con bordes algo borrosos, y su tamaño oscila entre un centímetro y un metro de diámetro. Brillan con tanta luminosidad como una bombilla eléctrica; su color varía, pero con frecuencia son rojas, anaranjadas o amarillas, y suelen durar desde un segundo hasta más de un minuto.
La desaparición de una bola luminosa puede ser silenciosa o ir acompañada de una explosión. Probablemente, el informe más conocido de una bola luminosa que causó daños materiales apareció en 1936 en el Daily Mail. El corresponsal escribía que durante una tormenta vio una gran bola «de un rojo ardiente», a la que después atribuía el «tamaño de una naranja», que bajaba desde el cielo. Golpeó la casa, cortó el cable del teléfono, quemó el marco de la ventana y después se hundió en una bañera llena de agua que estaba debajo de la ventana. El agua hirvió durante algunos minutos, pero cuando se enfrió no se encontró nada en ella.
¿Con cuánta frecuencia se produce el fenómeno? En una encuesta, se preguntó a 4.000 empleados de la NASA si habían visto bolas luminosas. Sus respuestas indicaron que es un hecho más corriente de lo que se pensaba: El número de rayos normales junto a los cuales se ha observado la aparición de bolas luminosas revela que éstas no son un fenómeno poco corriente. En contra de lo que suele creerse, la aparición de bolas de fuego puede ser casi tan frecuente como la de los rayos.
Enfrentados con un fenómeno de características tan poco usuales, los hombres de ciencia lo han pasado mal buscando una teoría que encaje con los hechos. Muchos han desarrollado complicadas teorías, para explicar el asunto como una «alucinación» o una «imagen persistente».
¿Pura imaginación?
El científico canadiense Edward Argyll afirma que las bolas luminosas son simplemente una ilusión óptica. Dice que cuando cae un rayo crea un resplandor tan brillante que el observador, deslumbrado, cree ver una imagen persistente y fácilmente confundible con una bola luminosa.
Con esta teoría, el doctor Argyll puede, finalmente, explicar las extraordinarias propiedades de las bolas de fuego, desesperación de los teóricos que intentan encontrar un mecanismo físico plausible para ellas. Se dice que las bolas luminosas pasan a través de superficies sólidas, como por ejemplo pantallas metálicas; un deslumbramiento explicaría esta capacidad. Por otra parte, los deslumbramientos duran de 2 a 10 segundos, y la mayor parte de bolas luminosas parece tener una duración semejante.
A diferencia de las bolas luminosas, las imágenes subsiguientes a un deslumbramiento no generan sonidos. Pero eso no representa ningún problema para un escéptico hombre de ciencia. «El observador típico, en estas circunstancias, imagina fácilmente ruidos de acompañamiento adecuados». Pero, ¿qué hace el doctor Argyll con los casos en que la bola de fuego deja rastros físicos de su presencia? Simplemente rechaza las pruebas que contradicen su teoría: «Si la bola luminosa es una ilusión óptica, no parece irracional caracterizar esos informes como poco fiables.»
Pero no cabe duda de que, por imperfectas que sean las observaciones y a pesar de su extraño comportamiento, las bolas luminosas existen. Nadie niega la existencia de los efectos ópticos, y la mayor parte de nosotros los hemos experimentado. Pero, ¿cómo pueden explicarse las bolas de fuego que aparecen ante más de un observador en el mismo momento, que tienen precisamente la misma forma y que recorren el mismo camino?
Real, pero misterioso
Una antigua teoría sugería que las bolas eran burbujas incendiadas de gas inflamable, liberado por el impacto de un rayo en la tierra. Pero si así fuera, ¿cómo podría llegar una burbuja de gas a la altura de un avión? ¿Podría atravesar paredes sólidas, como han hecho tantas bolas luminosas?
Según un informe, una bola de fuego roja de unos 60 cm de diámetro excavó una zanja de más de 90 metros de longitud y un metro de profundidad en una superficie blanda, cerca de un arroyo, y después arrancó, literalmente, otros 23 metros del lecho del arroyo. Para cavar esa zanja la bola necesitaba una enorme potencia; para explicar este hecho se ha sugerido que en él debía de haber participado algún tipo de energía atómica.
Bola Ardiente como fuegos artificiales fotografiada en 1951. Cayó verticalmente y estalló antes de tocar el suelo. |
Sin embargo, cuando la bola luminosa ha sido observada de cerca no se han observado en ella efectos nucleares. Un incidente muy característico fue narrado por un ama de casa después de una violenta tormenta en Staffordshire, Inglaterra, el 8 de agosto de 1975. Estaba preparando la comida cuando una esfera llameante de luz apareció encima de la cocina. Se acercó a ella emitiendo un extraño ruido traqueteante y desplazándose demasiado rápido para que ella pudiera esquivarla.
«La bola pareció golpearme bajo el cinturón, y automáticamente intenté sacudírmela. Mi mano se hinchó y enrojeció en el lugar donde la rozó. Parecía que mi anillo de boda me estaba quemando el dedo.» La bola estalló haciendo un gran ruido y le chamuscó un poco la falda, pero no sufrió más daños.
Una sugerencia aún más rara indica que una bola luminosa podría estar compuesta por diminutas partículas de antimateria meteórica de la estratosfera. Se ha dicho que las tormentas actúan como gigantescos aspiradores, que absorben partículas de polvo de antimateria. Cuando ésta entra en contacto con la materia normal es aniquilada gradualmente, liberando su energía en forma de bola de fuego.
Otra teoría sostiene que las bolas luminosas son provocadas por corrientes que fluyen desde las nubes hasta el suelo. Al postular una fuente de energía exterior a la bola, esta teoría consigue explicar con elegancia la larga vida de las bolas de fuego pero, desgraciadamente, no aclara cómo pueden atravesar la piel metálica de un avión.
Las bolas luminosas son tan misteriosas ahora como cuando se empezó a hablar de ellas, hace más de 1.000 años. En el siglo VI San Gregorio de Tours observó horrorizado cómo una bola de fuego de brillo cegador aparecía en el aire encima de una procesión de dignatarios civiles y religiosos, durante la consagración de una capilla. La visión era tan terrible que toda la procesión se arrojó al suelo. Como no existía una explicación razonable, supuso que se trataba de un milagro. Hoy en día, la mayor parte de los milagros han sido explicados por la ciencia, pero las bolas luminosas constituyen un fenómeno para el que todavía no se ha encontrado una explicación racional.