Había escuchado historias sobre la Luz Mala desde mi infancia, relatos pasados de generación en generación en mi familia, en ese pequeño pueblo donde las tradiciones y leyendas se entrelazan con la vida cotidiana. Sin embargo, siempre pensé que eran solo cuentos para asustar a los niños, hasta aquella noche inolvidable, cuando la realidad superó a la ficción y me enfrenté a uno de los fenómenos más enigmáticos de la llanura argentina: la Luz Mala.
Era una noche de otoño, el cielo estaba despejado y las estrellas brillaban con una intensidad que solo se puede apreciar en la vasta y abierta campiña. Me encontraba caminando de regreso a casa después de visitar a un amigo que vivía al otro lado del campo. Conocía bien el camino y nunca había tenido motivos para temerle a la oscuridad ni a la soledad de las pampas.
Sin embargo, esa tranquilidad se vio perturbada cuando, a lo lejos, vi una luz. Al principio, pensé que era alguien con una linterna o quizás un vehículo, pero no tardé en darme cuenta de que aquel resplandor no se parecía a nada que hubiera visto antes. La luz no era fija; se movía de forma extraña, como danzando en el aire, cambiando de colores, de un blanco brillante a un verde pálido y luego a un rojo intenso.
Recordé las advertencias de los ancianos del pueblo: no mirar directamente a la Luz Mala, no seguirla, pues te lleva a perderte en el campo o, peor aún, a la muerte. Se decía que era el alma en pena de alguien que había muerto sin recibir los últimos sacramentos, o un espíritu maligno que buscaba llevarse a los vivos al más allá.
Paralizado por un instante, saqué de mi bolsillo un puñado de sal que siempre llevaba conmigo por superstición, la arrojé al suelo haciendo una cruz, y recité una oración que mi abuela me había enseñado para estos casos. La luz pareció vacilar, como si estuviera confundida, y luego, de manera abrupta, se alejó, zigzagueando por el campo hasta que desapareció en la distancia.
Continué mi camino a casa, mirando constantemente sobre mi hombro, sintiendo el peso de cada paso y el silencio opresivo de la noche. Aquella experiencia se grabó en mi mente y alma, dejándome una sensación de humildad y respeto por las fuerzas que, aunque no comprendemos, forman parte de este mundo.
Desde esa noche, mi percepción de la realidad cambió. Ya no veo las leyendas y el folclore solo como historias para entretener o asustar, sino como parte de un conocimiento ancestral, una forma de entender y respetar lo desconocido, lo inexplicable.
La imagen que acompaña este relato captura el momento etéreo y misterioso de mi encuentro con la Luz Mala. No es solo una representación visual, sino una ventana a un encuentro que marcó mi vida, un testimonio de la delgada línea que separa nuestro mundo de lo que yace más allá, en el reino de lo desconocido y, quizás, lo sobrenatural.
A continuación, generaré una imagen que represente visualmente la enigmática presencia de la Luz Mala, capturando su esencia y el aire de misterio y respeto que rodea a este fenómeno legendario.